Tao

Sabiduría sufí

SABIDURIA SUFÍ

He aquí que el Ensalzado, el sabio, el venerable sufí Sur-ed-Din Mulaftí (Allah misericordioso prolongue su santa vida) re cibió un día la visita de un mendigo.

El portero de la casa de oración le impedía la entrada pero el mendigo porfiaba para prosternarse ante Sur-d- Din. En esto llegó un venerable con un mensaje del Ensalzado para que se diera entrada al pedigüeño, pues desde su galería del jardín interior había conocido lo que sucedía en la puerta.

–       Dejad entrar a ese mendigo hasta mí – transmitió el venerable- ¿Acaso no se percibe en sus ojos la hondura de su deseo?

El portero dejó paso al mendigo inclinándose maravillado una vez más de la clarividencia con que Allah(sea siempre alabado) había gratificado al Ensalzado.

El visitante atravesó los dos primeros patios y llegó al tercero, acercándose al granado florido bajo cuya sombra meditaba el sufí. Este le impidió prosternarse y le invito a hablar. El mendigo era un hombre joven, visiblemente emocionado.

-Ensalzado, siento una fuerza interior, como un imán de Simbah, que me atrae a cultivar la sabiduría. Pero ¿a dónde me lleva? ¿Qué es la sabiduría? ¿Qué busco en verdad, qué me mueve? Dime, tu que lo eres, ¿qué es un sabio?

– El que no se asombra de nada. Absolutamente de nada.

El mendigo reflexionó y , al hablar, mostró en sus palabras una sombra de decepción.

–       ¿Eso es todo? ¿No hay nadie más sabio?

–       Sí. El que se asombra de todo. Absolutamente de todo.

El mendigo asintió con la cabeza y volvió a hablar. Pero ya sin decepción, aunque con desesperanza que no era desesperación:

–       ¿ Y ese es el más sabio? ¿No hay nadie más?

El Ensalzado ya no miró al mendigo sino a través de él. Y no habló al mendigo sino más allá y más adentro:

–       Sí el que se asombra de todo y a la vez no se asombra de nada.

El mendigo entonces sonrió. Si el portero hubiese visto antes aquella sonrisa jamás hubiera pensado en cerrarle el paso. Pero todavía habló, aunque ya confortado en su tranquila decisión:

–       Maestro, Maestro… ¿nadie hay más sabio?

El Ensalzado no respondió. Guardó un silencio tan hondo que dejó susurrar a las duras hojas del granado.

El mendigo se inclinó tres veces y se retiró con su última, definitiva respuesta. Se retiró hacia su vida, ya irrevocable.

 

JOSE LUIS SAMPEDRO ( Del libro: Mientras la tierra gira)