Tao

El cielo que nos une

EL CIELO QUE NOS UNE

 

El silencio. El día se apaga. Parece que se retiran ya las pequeñas almas. Todavía se siente a lo lejos a quien quiere exprimir el día: un motor en la lejanía.

Los ponis  siguen su ritmo, parece que para ellos no existe ni el día ni la noche. Su cencerro es música perenne como las hojas de los pinos.

Yo, sí cierro el ciclo y en el sentir de mi cuerpo recostado en la acogedora hamaca que cuelga de este porche heredado de la vida que me regala recuerdos y esperanzas; trato de descubrir o quizás de conectarme con la calma de la tierra.

Mi cuerpo parece en calma también, mas los recuerdos de su otra hora fuerza, hace un momento se le antojaban alcanzables y ayudado por la caprichosa mente, cierta ansia de poder invaden este espacio-tiempo.

Que absurdo desperdicio.

Miro las rosas, veo los lirios y siento más allá del bosque, el oscuro lado salvaje de la montaña. Se acerca la noche y ella permanece recostada. Se deleita con los últimos rayos que acarician sus picos y esos luceros los hago míos. Son esas luces de las almas que me acompañan y que ahora recorren sus propios caminos.

Dulces sueños nos cobijan.

Desde la tierra, para la tierra y al cielo que nos une: GRACIAS.

 

Extracto de «Encuentros» . Bakthe.