Tao

De principios y finales

Voy leyendo y sonrío. ¡Qué bueno el cuento! Leo y tengo que volver atrás. Voy demasiado rápido. Tendré que volver a leerlo. Ahora recuerdo a la causante de esta situación. Un regalo de palabras mal escritas si a la gramática me remito, perfectamente escritas si a la vivencia me dedico. Esta forma peculiar de escribir y de contar del viejo Antonio me contagian las ganas de escribir. Y está claro que la historia debe de ser para la causante de este desvarío.
Es una historia de caminos. De principios y finales. De morirse para vivir. Del círculo que se convierte en ciclos. Empieza por el final. ¿Qué puedo yo aconsejar que pueda superar estas sabias historias del viejo Antonio? Ahí está casi todo.
Paseándose. Es la primera imagen que me viene al recuerdo. Paseando en el viento, el mar, la templada noche de luna llena. El corazón rebosante de vitalidad. Una sonrisa. Un gozo en la piel. Todo incita a caminar y disfrutar de la vida.
Parándose. A lo lejos asoman oscuras nubes. Una ráfaga de viento acelera el movimiento de las nubes. Antes de nada, el cielo está cubierto y comienzan las primeras gotas. La vida parece desvanecerse. A la sonrisa le sustituyen las lagrimas. Las mismas que lloran la perdida del sol, las mismas que impiden que disfrute de las estrellas. Pero ahora no ha perdido el sol, ni puede ver las estrellas. Es de día pero el cielo se cubre de negras nubes. Ha perdido la esperanza, se siente desfallecer. De pie en el espolón fija la vista en el horizonte e inspira y expira. Inspira, expira…
Las gotas de lluvia parecen ralentizar su caída Caen sobre su cuerpo, sobre su cara y se deslizan lentamente hacia la tierra. En el horizonte el mar se funde con el cielo cubierto de tormenta. Inspira, expira…
Una gota llama su atención. Va cayendo feliz. Cuando llegue a su destino será parte del inmenso mar. Será el mar.
Un rayo se cruza en su camino. La gota brilla por un fugaz instante como el sol. La gota se siente en la gloria. Se vaporiza. Se eleva.
Pero ¡No! La gota no quiere subir, quiere ser mar.
Ahora no la ve. La gota forma parte de una nube. No la ve pero la siente. Otras gotas siguen recorriendo su cuerpo y llegando a la tierra, alimentan sus raíces, porque ha dejado de pasear. Inspirando, expirando, escuchando y observando, estando de pie como un árbol. Es ya un árbol.
La tormenta amaina. La lluvia suave. La gota entre las nubes vuelve a caer. Llora la gota porque su destino no es el mar. La ve venir. Cae sobre sus hojas. Primero en una. Se desliza y sigue su camino hasta otra y otra y asi hasta llegar a tierra. Las raíces siguen su recorrido y son testigo del milagro.
Llega la primavera y la gota se asoma reluciente, hermosa, repleta de vida. Ya no es una gota, es una flor.
El árbol siente el calor del sol en sus hojas, en sus ramas. Sus raíces vibran de alegría por el milagro y sonríe. Al sonreír abre sus ojos y contempla el mar, el horizonte. La tormenta a pasado. Se balancea con el viento y da un paso, después otro paso y ya está otra vez caminando y sonriendo. Inspirando y expirando.
Paseándose.