Tao

Chen (Trueno)

Ya no era la claridad cotidiana vislumbrada entre penumbras, que permitía seguir vivo en mi memoria, al concepto de día y de noche.
Incluso en los días de lluvia de invierno había momentos en los que no llegue a distinguir entre el día y la noche. Sólo el recuerdo me hablaba de lo hermoso de la noche y la radiante belleza del día.
Pero en la confusión del cotidiano apagarse y encenderse del gris permanente, había olvidado el esplendor del mito que ahora volvía a mostrarse real.
De la claridad amanecida había pasado a la luz pálida, fría y blanca al principio y cálida, amarilla y vibrante al poco.
Lentamente se iba alejando y en la medida que avanzaba deshacía las sombras para penetrar por todos mis poros.
Y así en pleno día, con el arrullo de la tibieza alcanzando mi corazón adormilado, recordé su llegada.
El chirriar de la verja me despabilo. No podía ver pero algo estaba sucediendo. El silencio le siguió a unas voces lejanas pero nada más.
A los pocos días la verja volvió a chirriar y creí oír unas risas pero nada cambió.
Entre la curiosidad y el miedo a que sucediera algo inesperado pasaron más días y cuando ya comenzaba a creer que seguramente tendría que pasar algunos años para que volviera a chirriar la verja, llegaron los temblores, los gritos, las idas y venidas.
Yo no podía ver nada y al principio el terror se apoderó de mí. El estruendo al igual que llegaba inesperadamente, desaparecía. No era esporádico como el de las tormentas y no le seguía ningún rayo. Era mucho más aterrador. Casi siempre era rondando a la casa pero a veces se acercaba y temía lo peor.
Y ayer cuando ya creía que si permanecía tranquilo, ninguna tormenta me alcanzaría, llego su voz clara y fuerte. Se dirigía hacia mí y el estruendo se hizo ya insoportable. Saltaron chispas cuando sus cuchillas me golpearon rápida y fugazmente. Entonces juraba y recuraba pero aún así siguió hasta el anochecer.
Yo protestaba. Le gritaba para que me dejara en paz pero con aquella máquina infernal cortándolo todo era imposible.
Ya de noche paró y gritó: – Cariño ven a ver esto-.
Los dos me miraban extasiados. Sonriendo. No parecía que quisieran hacerme daño.
Gorgotee un poco para sacar un leve chirrío a mis oxidadas poleas. Ella se animo, tiró de la precaria cuerda y volví a la vida. Había olvidado mi verdadero ser. Tantos años sepultado bajo la maleza.
Probaron un sorbo y complacidos se retiraron a descansar.
Oigo la puerta. Aquí llegan. Empieza una nueva vida de luz.